Aimée Cabrera
Hasta que finalizó
la quinta década del Siglo XX, irse de tiendas era todo un paseo. Las personas
lucían elegantes pues así tenían la posibilidad de poder entrar en los mejores
almacenes y ser atendidos con todos los requerimientos propios del comercio.
En la actualidad,
todo ha cambiado. Las tiendas recaudadoras de divisas o shoppings venden
mercancías muy caras para el cubano medio; pero estas no lucen atractivas. No están bien dispuestas, con
precios ilegibles que tienden a la
confusión, o sin precios de venta.
En ocasiones, el
colorido resulta atractivo pero el producto no es de los más demandados y las
personas se preguntan por qué tanto de lo mismo y cuesta tanto encontrar lo que
se necesita.
En estas tiendas,
los dependientes lucen uniformes y de primera impresión parecen agradables.
Cuando ven que la persona solo pregunta y no comprará ningún artículo ponen
mala cara o se dedican a hacer muestreos para ocupar el tiempo libre, para
ellos no existe realizar gestiones de
venta.
A ellos solo les
preocupa no tener faltante porque tienen que pagar el equivalente con su
salario, el cual se afecta meses y hasta años. Para recuperar lo que falta hay
mañas como cobrar fuera de caja con un precio alterado y después pasar los
códigos, lo que hace que el cliente sea estafado, y por tanto no se lleve con
la compra ni el ticket de venta ni la bolsa donde echarlo, pues nunca las
tienen.
Los trabajadores
que venden en las tiendas no tienen comisión. Las propinas son ínfimas y nunca
usuales. Quizás si ellos ganaran una estimulación por la cantidad de personas
que atendieran y compraran, ganaran más y habría menos faltantes en las tiendas
y más caras sonrientes, cuestión que para nada importa a los gerentes, administradores y a los
dirigentes sindicales de estos comercios.
“El cliente siempre tiene la razón” era un slogan usado en la Cuba
republicana, después de enero de 1959, esta fue considerada una frase burguesa, cambiada por “Mi trabajo es Usted” –cuando le
convenía al dependiente-.
Luego apareció la
libreta de la tienda con sus cupones y sus ofertas que nada tenía que ver con
la moda universal. Las filas de personas para obtener por un mismo cupón tres o
cuatro artículos muy necesarios para que
sufrieran el síndrome de la “Cucarachita Martina” (cuento infantil en que la
protagonista encontraba una moneda y no sabía que comprar con esta.
Después surgió el
mercado paralelo con mercancías de los países socialistas europeos donde las
confecciones no se podían comparar en modernidad con las occidentales. Aunque
aún muchos recuerdan la perfumería y alimentos variados.
Ahora están las
tiendas en CUP (las que llaman tiendas en moneda nacional, ¿y no lo es también
el CUC? Estas son deprimentes. Entrar en cualquiera de ellas por las Calles
Monte o Neptuno dejan que desear.
Allí además de lo
hacinado de los vendedores y trabajadores por cuenta propia, están despintadas,
sin mostradores para exhibir. Las perchas no dan más de ropas unas encima de
otras, los precios en pesos, pero por
las nubes.
En estas tiendas
la bisutería está al lado de discos de larga duración llenos de polvo que nadie
va a comprar, o de frascos reciclados con lejía o ambientadores líquidos que no
se sabe como los hacen, piezas de repuesto
y artículos de ferretería o talabartería, sin dejar de mencionar los juguetes
que quitan las ganas de jugar a cualquier niño.
Allí también se
venden con mucha discreción las mercancías que cuestan en CUC en las otras
tiendas y hay que pedirlas en voz baja para que aparezcan, como por arte de
magia, zapatillas con suela de goma, mochilas o tantas otras cosas perdidas de
la shoppings.
Siempre lo más feo
y malo para el pueblo. Más de cinco décadas no muestran un camino esperanzador
para que las tiendas vuelvan a ser bellas y atractivas; y quienes vayan a las
mismas puedan considerar un paseo el visitarlas.
aimeecabcu2003ster@gmail.com