Luis Cino
Quisiera creer que no todo puede ser absolutamente malo. Pero no puedo. Cuando en los Decretos Leyes Raulistas, que tanto ilusionan a los cubanólogos y a cierta prensa extranjera, encontramos algo positivo, en una segunda lectura siempre afloran, entre otras cosas, las trampas y la maraña.
Y no me refiero a las ganancias que sacará ahora el Estado -que como Jalisco nunca pierde, ni a las escupidas- de los trapicheos con las casas que escapaban a su control, y que ahora en lugar de ir a parar al bolsillo de funcionarios corruptos, se convertirán en impuestos.
Tampoco hablo -porque ya hablé de eso y no me gusta ni imaginarlo-, de los conflictos casi siempre violentos que protagonizarán los que en este reacomodo -que resultará muy incómodo si el gobierno no se decide a construir casas para complementar la Ley de la Vivienda- se queden en la calle y sin llavín.
Como ya estoy casi resignado -¡qué remedio!- a que Cuba con el timbirichero capitalismo de estado que se nos vino encima, se acerque cada vez más al lado feo de lo que llaman “la normalidad” -claro que pienso en las villas miserias latinoamericanas, Fernando Ravsberg-, tampoco hablaré demasiado de la agudización de las diferencias sociales entre la mayoría que vive en pocilgas en equilibrio milagroso y los privilegiados proto-capitalistas que morarán los barrios de nuevos ricos o se mudarán (venia mediante) a las zonas congeladas de la capital para hacer causa común con la elite en el vacilón proto-burguesón.
Me jode haber creído que nos íbamos a quitar de encima los abusos, robos y extorsiones de la mafia burocrática de la Dirección de Vivienda. De eso nada, monada. Antes de cantar victoria, debí haber sospechado que los burócratas mafiosos no iban a quedar abandonados, sin tener cómo ni a quién robar.
Resulta que para vender o comprar casas en los municipios capitalinos más densamente poblados (10 de Octubre, Centro Habana, Habana Vieja, El Cerro) se requiere el visto bueno de la Dirección de Vivienda. Todavía peor: cualquier trámite domiciliario en la capital que realicen personas del interior del país sin residencia legal en La Habana -recordemos la existencia de la discriminatoria ley 217, reminiscente del estalinismo, el apartheid y otras barbaridades- requerirá también de la autorización de la corrupta Dirección.
Y ahí mismo está el filón de los corruptos: siguen, porque nunca se acabaron, los robos y las extorsiones de la Dirección de Vivienda. ¿Quién dijo que se acabó el abuso? Que se preparen, para el chantaje y los sobornos, los palestinos de los llega y pon y los habitantes de las cuarterías y los solares habaneros. Los funcionarios de las direcciones municipales y provinciales, tan mafiosos y chupópteros como siempre, que se cagan en la cruzada anticorrupción y se limpian con la nueva Ley de la Vivienda, ya inventarán su maquinaria para robar en las nuevas circunstancias y apretarán las tuercas para exprimirnos.
Como los Van Van, la Dirección de Vivienda sigue ahí. ¡Allá los bobos que nos creímos que íbamos a salir tan fácil de los mafiosos!
luicino2004@yahoo.com